Es lo que tienen los años, que uno se entera anticipadamente de lo que le traen los Reyes Magos. Este año ha sido una airfryer, freidora de aire en cristiano. Que tampoco, pues el diccionario sostiene que freír es «hacer que un alimento crudo llegue a estar en disposición de poderse comer, teniéndolo el tiempo necesario en aceite o grasa hirviendo». Aunque también admite, de forma coloquial, la acepción asarse, con lo que de alguna manera abre la puerta a la legitimación del término. No obstante, la Academia no suele ser muy ducha en aspectos coquinarios.
Dicho artefacto es un horno –una especie de salamandra cerrada, si se quiere–, pequeño eso sí y asistido por una corriente de aire. Es decir que va mucho más allá de esas supuestas ‘patatas fritas’ –asadas, en realidad– y sirve a la perfección para asar hortalizas, pescados y carne, gratinar pastas y coliflores, tostar pan, etc. En definitiva, un horno portátil, útil para pequeñas raciones y domicilios de escaso comer, que lógicamente ahorra energía respecto de un horno normal.
Vale pues. Probablemente no acabará escondido en un armario haciendo compañía a aquella licuadora que recibimos hace años. Pero lo verdaderamente nuclear del auge de este nuevo electrodoméstico reside en cómo se promociona y vende.
Es más saludable, proclaman, ya que prescindimos del aceite e ingerimos menos calorías. Olvidando que en una buena fritura, con aceite de oliva, la grasa no penetra en el interior del alimento, creando precisamente una costra crujiente que lo mantiene jugoso.
Ese frenesí anglosajón por lo saludable se está apoderando cada vez más de nuestra sociedad. No proclama uno que haya que alimentarse de forma insana, pero tampoco sostiene que debamos preparar nuestra comida provistos de tablas de calorías, oligominerales, aburridas recetas de dieta, etc.
Comer es una necesidad y para muchos también un placer. Pero esta tiranía de lo ‘saludable’ –que tanto se parece a la de lo políticamente correcto–, unida a los ultrapreparados, está destrozando nuestra dieta, cada vez menos mediterránea, si alguna vez lo fue. Como dice Julio Basurto en su libro: «no comas mejor, deja de comer peor». Su abuela también se lo recomendaría.