Como disciplina transversal que es, la gastronomía, en su más amplio sentido, tiene difícil encaje en las habitualmente rígidas estructuras de la administración. Aquí se encuentra enmarcada, más o menos, en Turismo, pero con mucha presencia de agricultura. En el Ayuntamiento de Zaragoza, también se ocupa Turismo, pero Cultura también tiene cosas que decir.
Poco hemos oído o leído en esta campaña, local y/o autonómica, acerca de asuntos relacionados con la misma. Apenas nada de la proliferación de terrazas tras la pandemia, que invaden espacios públicos y calzadas; poco referido a esa atracción municipal por remodelar absolutamente todos los kioscos de nuestros parques zaragozanos; algo referente a la implantación de estudios de cocina de mayor rango de los actuales, por más que nadie se pronuncie claramente acerca del futuro del IES Miralbueno, cantera de profesionales.
Y, sí escuchamos las habituales generalidades sobre potenciar la gastronomía aragonesa, sea lo que sea; apoyar a nuestros establecimientos y productos; promocionarlos fuera de nuestra tierra; vender nuestros alimentos, sean singulares o no… Y sin mucha variedad entre las diferentes opciones.
Ya hemos escrito más de una vez sobre la idoneidad de crear un ente aragonés de gastronomía, vinculado con todos los departamentos con los que debería relacionarse. Agricultura, por la producción de alimentos; Turismo, por la parte hostelera; Sanidad, por los obvios efectos de lo que consumimos; Educación, para saber de nutrición y el buen comer, amén de formar a los futuros profesionales; Derechos Sociales, pues hay quien pasa, si no hambre, sí gana; Ciencia, para potenciar la innovación y la transferencia alimentaria; Economía y Hacienda, como en cualquier otra actividad económica, más si cabe debido al alto porcentaje del PIB aragonés, que supone la gastronomía.
Ahí queda. Lo mismo les da para un canutazo en los días que faltan hasta que vayamos a votar. Prometer cuesta poco.