Poco a poco, las diferentes administraciones españolas –la mayoría, no todas– van asumiendo la magnitud de la pandemia en la que nos encontramos inmersos. Al cierre de esta edición, parece claro que no habrá Semana Santa.
Sin embargo, no muestran la misma diligencia con los sectores que nos afectan, especialmente la hostelería, donde el desánimo ya es general. Más allá de los cierres que se van conociendo –algunos no atribuibles a la Administración, no nos engañemos–, los negocios de hostelería esperan las necesarias ayudas para sobrevivir, que sí están llegando a otras actividades económicas. ¿Han escuchado quejas en el transporte de viajeros, por ejemplo, también muy afectado? Es decir, hay otras maneras de relacionarse con los administrados.
Dado que nos quedan muchos, muchos meses de restricciones, habrá que adaptarse. Si parece claro que muchos episodios de contagio masivo tienen su origen en determinados negocios hosteleros –se come, se bebe, se relajan las precauciones–, no lo es menos que también allí están las soluciones. En lugar, o además, de restringir horarios y aforos, la Administración debería buscar e implantar soluciones eficaces, pues la ciudadanía, a la que puede, vuelve a consumir; y en demasiadas ocasiones, hacinados, sin distancias de seguridad, ni posibilidad de hacerlas respetar.
Tiene que haber más opciones que convertir a los camareros en policías, lo que no parece muy factible. Y habrá soluciones técnicas más allá de los medidores de CO2. Que indaguen, que para eso cobran.